El término “educación cívica” se emplea para describir la gran tarea de educar a los ciudadanos para que asuman, con toda consciencia, sus funciones y responsabilidades dentro de los estados democráticos y ejercer sus derechos, se busca que el individuo valore los principios de la democracia, como la cooperación, la solidaridad, la responsabilidad y la participación, en cuanto a elementos esenciales para la resolución de los problemas que nos aquejan como sociedad.
En esencia, la educación cívica busca que la ciudadanía tenga el poder y la capacidad de crear una sociedad democrática y de participar al máximo en ella. Así como los contextos siempre son diferentes.
Primero, porque todas las instituciones internacionales están muy preocupadas por la erosión de la ciudadanía en las sociedades más avanzadas. Segundo, porque se ha producido también una enorme erosión del capital social y una tendencia cada vez más marcada al individualismo, de modo que el concepto de «bien común» ha sido sustituido por el de «calidad de vida». Y, tercero, por la necesidad de encontrar valores compartidos, un modelo de ciudadanía en el que todos estemos de acuerdo.
Primero, cambiar la escuela. Si no cambiamos profundamente las instituciones, los programas de intervención en competencia cívica no tendrán eficacia.
Los desafíos de convivencia, éticos, de proyecto vital, deben cuestionar todos los pilares sobre los que se asienta nuestra manera de enfocar el currículo, las metodologías, los sistemas de evaluación, la organización escolar, los horarios, las propuestas. Suponen un revulsivo para repensar para qué educamos.
Segundo, hay que enfrentar la diferencia entre la educación obligatoria, la que prepara para la vida, y la educación no obligatoria, que prepara para una profesión, para el trabajo. Las agencias que realizan las pruebas internacionales, los intereses de mercado, las instituciones económicas que interfieren en la génesis de los proyectos educativos de los países están presionando mucho para que la escuela, especialmente la secundaria, se focalice hacia una presión temprana del mundo laboral.
Tercero, no solo se trata de un desafío curricular, esto es, qué vamos a enseñar, sino también de cómo a través del currículo de ciudadanía se aborda la transformación individual. Y aparece aquí un problema delicado: ¿hasta dónde se puede implicar el maestro?, ¿dónde están los límites entre el papel de la escuela y el de la familia? En esa línea, yo creo que se puede ser honesto, pero no se puede ser neutral